miércoles, 15 de diciembre de 2010

Colonización cultural, colonización mental

Por Ángel J. Harman
¿Qué es la colonización cultural o colonización mental?
En principio, se trata de un problema relacionado con la identidad. Es cuando un individuo o un grupo asume el pensamiento de otra cultura dominadora a la que considera superior a la heredada de sus antepasados. En este caso, tanto el paisaje que lo rodea, como su historia, sus tradiciones, le resultan extraños y siente una admiración rayana en el servilismo por lo que se relaciona con la cultura dominante o colonizadora.
Entonces, ¿Qué es la identidad?: La identidad puede definirse como un conjunto de rasgos que le dan a un individuo o a un grupo una cierta forma de ser, una manera de estar en el mundo, una personalidad característica.
Por lo tanto, en tanto persona, el colonizado no es, sino que hace como que o se parece a; no vive en, sino que vive de. Es el mundo de las apariencias, del no-ser. El colonizado puede ser consciente o inconsciente: en el primer caso, acepta su condición por conveniencia o por comodidad; en el segundo, que es el caso de la mayoría, la colonización mental se ha ejercido con bastante sutileza como para que el receptor no se haya dado cuenta. Cumplen una función esencial, la publicidad, la propaganda, las dádivas, el adoctrinamiento encubierto, y otras formas indirectas de captar la voluntad*.

¿Cómo se fue gestando el colonialismo cultural-mental?
Algunos antecedentes:
En la concepción de Juan Bautista Alberdi, entre las naciones hispanoamericanas, la Argentina realiza más que ninguna otra el destino de ser una porción europea trasplantada en el Nuevo Mundo, por tratarse de la nación “más próxima a la Europa, y por eso recibió más pronto el influjo de sus ideas progresivas”.
En 1844 Alberdi niega que los habitantes primeros del continente hayan producido algo válido: “Todo en la civilización de nuestro suelo es europeo (…) No tenemos una sola ciudad importante que no haya sido fundada por europeos”. “No conozco persona distinguida de nuestras sociedades que lleve apellido pehuenche o araucano. El idioma que hablamos es de Europa”.

Algunos años después, en las “Bases”, el mismo Alberdi reitera su concepción europeísta:
“Nuestra religión cristiana ha sido traída a América por los extranjeros. A no ser por la Europa, hoy la América estaría adorando al Sol, a los árboles, a las bestias, quemando hombres en sacrificio, y no conocería el matrimonio”. Según su concepción, en América, “todo lo que no es europeo es bárbaro”, y agrega: “Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción: en cien años no haréis de él un obrero inglés, que trabaja, consume, vive digna y confortablemente”.

Por su parte, Sarmiento sentía por los indígenas “una invencible repugnancia. Para él, Colocolo, Lautaro, Caupolicán, “no son más que unos indios asquerosos, a quienes habríamos mandado colgar, y mandaríamos colgar ahora, si reaparecieran en una guerra de los araucanos contra Chile, que nada tiene que ver con esa canalla”. En este aspecto, concuerda con los conquistadores, quienes “al exterminarlos, hacían lo que todos los pueblos civilizados hacen con los salvajes”. En el mismo sentido, el “civilizador” Sarmiento despreciaba profundamente al campesino criollo: “Tengo odio a la barbarie popular –le escribía a Mitre- . La chusma, el pueblo gaucho, nos es hostil. . Mientras haya chiripá no habrá ciudadanos”.. En su vejez, influido por las ideas de Spencer, escribió “Conflicto y armonía de las razas en América”, libro en el cual se postraba ante la superioridad de la América del Norte, explicable por su sangre anglosajona, libre de “toda mezcla con razas inferiores en energía”. Allí mismo predicaba: que “las razas fuertes exterminan a las débiles, los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes”.
Por esas razones, ambos escritores propugnaron la inmigración selectiva, en particular de “razas nórdicas”, blancas, rubias, porque llevaban impregnada en su sangre la sustancia del progreso. En forma paralela, insistieron en la incapacidad del nativo para trabajar, crear y pensar. De ahí nació la creencia en el criollo haragán, inculto y atrasado que se trasmitió por generaciones, desde la escuela y luego en los propios hogares argentinos. De modo que no hubo proyectos estatales para crear colonias con familias criollas, sino que desde el comienzo, se pensó que debía producirse un recambio poblacional de criollos, afroamericanos e indígenas y reemplazarlos por “razas” europeas.
Una vez que se hubo consolidado el Estado, las elites que lo controlaban de modo exclusivo, difundieron sus ideas europeístas a través de las más diversas publicaciones, como los diarios (“La Nación”, “La Prensa”), revistas (“Caras y Caretas”, “P.B.T”), libros, gacetillas etcétera. Pero el medio más eficaz fue a través de los programas y textos escolares (Primarios y secundarios).
Rivadavia, Alberdi, Sarmiento, Mitre, Miguel Cané, fueron elevados al procerato como “héroes civilizadores de la Argentina bárbara”. Por ese mismo sendero, transitaron luego los pensadores y políticos de principios del siglo XX: José Ingenieros, Juan B. Justo, quienes a su vez han tenido sus continuadores en el ámbito de las letras, como Victoria y Silvina Ocampo, Héctor Murena, Jorge Luis Borges, Marta Lynch, Beatriz Guido y una pléyade escritores que continuaron hasta fines del siglo Veinte. En la misma época surgió la corriente nacionalista de tinte aristocrático que deploraba al sistema democrático. Sus principales representantes fueron Leopoldo Lugones, Carlos y Federico Ibarguren, Manuel Carlés, Alfonso de Laferrère y otros cuya prédica apuntaba contra los inmigrantes cuyas “ideas subversivas” socaban las jerarquías sociales y la tradición hispano-católica.
Héctor Murena llegó a escribir: “En un tiempo habitábamos en una tierra fecundada por el espíritu, que se llama Europa, y de pronto fuimos expulsados de ella, caímos en otra tierra, en una tierra en bruto, vacua de espíritu, a la que dimos en llamar América”.[“El pecado original de América”, Buenos Aires, 1965]
En su libro “La cultura en la encrucijada nacional (1975), ha escrito Ernesto Sábato que “nuestra cultura proviene de Europa y no podemos evitarlo. Además, ¿para qué evitarlo?”.
Sería una necedad negar que una característica de la hominización-humanización, ha sido el constante intercambio de bienes –materiales y espirituales- a lo largo de la historia. Siempre existieron las influencias mutuas entre los pueblos, pero también las invasiones, la aculturación ejercida sobre uno o varios grupos humanos: el ejemplo es el de la conquista y destrucción de las culturas precolombinas de América llevado a cabo desde 1492 por los españoles, portugueses, ingleses, franceses…
Pero en ocasiones, no ha sido necesaria la ocupación militar de un territorio para provocar la eliminación de la cultura autóctona. En el caso de la Argentina, fueron sus grupos dirigentes quienes desde mediados del siglo XIX iniciaron una cruzada “civilizadora” para modificar los hábitos y creencias de la población. Sus continuadores, lograron que los nuevos actores sociales que surgieron en las primeras décadas del siglo XX, quedaran atrapados en una lamentable alienación cultural que les impidió comprender qué era el “país real”. Por la misma razón, han deplorado los cambios sociales, la aparición de liderazgos ajenos a la elite y toda expresión que pudiera significar una alteración de los moldes culturales-clasistas en los que se habían formado.
Un caso paradigmático ha sido el de los tradicionales partidos de izquierda en la Argentina, el Partido Socialista y el Partido Comunista. Al haber aceptado sin reservas el pensamiento europeo junto con el de los formadores de la Argentina moderna (Sarmiento, Alberdi, Mitre), por una parte y estar sometidos a los dictados del dogma partidario (muy rígido en el caso del P.C.). Esta sumisión al pensamiento europeo occidental y al dogmatismo les impidió una cabal comprensión de las características profundas y de las diversidades culturales del país. Por eso, atacaron sin tregua al radicalismo yrigoyenista, al que consideraban caudillesco y prebendario; al peronismo, por su origen plebeyo, no-ilustrado y “filo nazi-fascista” y otros calificativos más o menos difamantes.


¡Oh, los invasores!
La porteña María Sánchez de Thompson se admiraba en 1806 del porte, orden y buenos modales de los soldados ingleses que invadieron la ciudad de Buenos Aires. ¡Qué diferencia con la traza y actitudes de los regimientos nativos! Es decir, que esta buena señora sólo apreciaba lo exterior del invasor europeo, sin detenerse a pensar en el significado de soportar a un ejército de ocupación y a comerciantes extranjeros que sólo pensaban en sus ganancias…
Tras el fracaso de la primera invasión, los jefes británicos fueron internados en las provincias del interior del virreinato. Entre tanto, un gran amigo y admirador de los ingleses, Saturnino Rodríguez Peña, se acercó a éstos con un proyecto para entregar la ciudad de Buenos Aires a los británicos. Poco después, el 21 de febrero de 1807, con la ayuda de Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla, el general Beresford logró huir a Montevideo.
¿Cuál es el premio a los traidores?: que algunas calles de Buenos Aires lleven sus nombres…
Lo mismo ocurriría cuando los enemigos del régimen encabezado por Juan Manuel de Rosas se aliaron a las fuerzas francesas bloqueadoras de los puertos de la Confederación (en 1838) y a los bloqueadores anglofranceses en 1845.
En dos oportunidades, el entonces aventurero italiano José Garibaldi, atacó y saqueó las ciudades entrerrianas de Gualeguay y Gualeguaychú. Sin embargo, como homenaje a los italianos, en la ciudad de Buenos Aires se erigió una estatua a Garibaldi y las calles de varias ciudades llevan su nombre. ¿Alguien se imagina una estatua de Martín Miguel de Güemes o de Juana Azurduy en alguna ciudad italiana?
Mientras las “elites ilustradas” vivían de espaldas al país no dejaban de salir a las calles a protestar ante la caída de París (1940) o festejar su liberación (1944), pero se espantaban cuando los trabajadores exigían reivindicaciones (1909, 1919) y entonces clamaban ante los poderes públicos para que los reprimieran. También la “chusma yrigoyenista” les caía muy mal entre los años 1916 y 1930.
A partir de 1945 las señoras y señores “paquetes” se escandalizaban por la presencia de la “chusma peronista” –los cabecitas negras- que se concentraban en las plazas para reclamar por su líder preso o manifestaban su alegría por las conquistas sociales alcanzadas. Eran vistos como invasores de la ciudad blanca-europea y muchos periódicos clamaban “¡Que vuelvan a sus provincias!”
A tal punto alcanza la mentalidad colonizada o funcional al colonialismo-y a la política imperial de los Estado Unidos, que en abril de 2003, el periodista Andrés Repetto, del canal TN, se entusiasmaba al referirse a los preparativos del ejército estadounidense que invadiría Irak. Más adelante, durante la ocupación de ese país, cada vez que los irakíes realizaban un ataque a las fuerzas invasoras, el periodista mencionado, y los noticieros de otros canales, se referían a “ataques terroristas contra fuerzas estadounidenses”.
Esto nos recuerda que en ocasión de la primera invasión inglesa a Buenos Aires, el ingeniero Felipe Sentenach proyectó un plan de ataque subterráneo con explosivos contra la Fortaleza y la Ranchería, donde se alojaba el grueso de las tropas inglesas, mientras los otros jefes se ocuparían de reclutar tropas para efectuar asaltos armados en forma simultánea con las explosiones. ¡Es como si entonces, algún porteño hubiera dicho que Felipe Sentenach y sus ayudantes habían intentado un “ataque terrorista” contra los ingleses!

Al servicio del colonialismo
Si bien no estoy adscripto a la teoría conspirativa de la historia, el estudio del pasado nos sirve para reconocer que han existido personajes y grupos que en determinados momentos estuvieron al servicio de intereses que resultaban lesivos para el país. Se conocen los casos del ministro Manuel José García, que estuvo en las administraciones de Pueyrredón (1816-18) y de Rivadavia (1826-27); de los ministros Lucas González y Victorino de la Plaza, Manuel Quintana, Guillermo Leguizamón, Ezequiel Ramos Mejía, Rodolfo Corominas Segura, Uladislao Frías, y otros que en diversas épocas representaron o asesoraron a las compañías ferroviarias y frigoríficos de origen británico. O Francisco M. Uriburu, Matías G. Sánchez Sorondo, Rómulo S. Naón, que representaron a la petrolera estadounidense Stándard Oil; a Julio A. Roca (h), responsable de la firma del tratado que beneficiaba ampliamente a los intereses británicos, por con el ministro de la corona de Inglaterra, Mr. Walter Runciman; Raúl Prebisch, asesor de la dictadura de Pedro E. Aramburu, que incorporó a la Argentina al FMI; Adalbert Krieger Vasena, Álvaro Alsogaray, José Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Felipe Cavallo y otros ministros de economía que operaron en función de intereses extranjeros…
Por supuesto que esta nómina es incompleta y pueden agregarse más nombres de quienes representaron intereses contrarios a los del país en su totalidad.



La imitación:
Hasta los gobernadores de provincias, como Urquiza, hicieron traer de Europa esculturas griegas y bustos de grandes conquistadores: Alejandro, Julio César, Cortés, Napoleón, para ornamentar el parque de su residencia de “San José”.
En plena fiebre por parecerse a Europa, el gobierno argentino ordenó la construcción de la Catedral de Buenos Aires a imitación de la Magdalena de París, con un gigantesco pórtico neoclásico y columnas corintias. Asimismo, las iglesias construidas entre 1850-1860 (Catamarca, Corrientes, Concepción del Uruguay, etc.), tienen pórticos sostenidos por columnas griegas, corintias, jónicas.
Varios años después, se utilizaría el estilo neogótico para construir la catedral de La Plata (1884-1932, restaurada en 1999)
Con la llamada “Generación del Ochenta” y el auge del modelo agroexportador, las elites –porteña y provincianas- se embarcaron en una carrera para edificar suntuosas mansiones de estilo europeos. Eran los tiempos de la “belle epòque”, en los que se imitaban la vestimenta, los carruajes, la alimentación y la literatura europeas. A esta moda de copia febril y acrítica de todo lo que fuera europeo, Pérez Amuchástegui la ha denominado “auge farolero”. En numerosos escritos de la época abundaban las menciones a los personajes de las más variadas mitologías, desde las greco-romanas pasando por las celtas, germánicas y otras, intercaladas con largas frases en francés e inglés.
Hasta las antiguas costumbres hispano-criollas, como las festividades navideñas de origen español, fueron cambiadas por la tradición nórdica, con “Papá Noel-Santa Claus”, pinos cubiertos de nieve, y alimentos típicos del invierno septentrional (pan dulce con frutas, budín “inglés”, castañas, almendras, garrapiñadas, sidra, vinos espumantes, etcétera).
Pero esto no termina aquí, en la década de los ‘90, en pleno auge del neoliberalismo feroz, cuando había paridad cambiaria (el “uno a uno”), se entabló una especie de competencia entre los favorecidos por la política económica, para realizar viajes de placer por diversos países europeos o a los Estados Unidos y a las islas del Caribe. Algunos años antes, en los años plomizos de la dictadura cívico-militar (1976-1983), llamados también de la “plata dulce”, mientras el estado y las empresas privadas se endeudaban en forma escandalosa y criminal, los sectores medios-altos emprendían tours de compras a Miami. Entre tanto, se liquidaba la industria nacional y se abría la importación de los más diversos productos –desde paté de foie, hasta destornilladores, televisores y automóviles. Poco importaba si eran de mala calidad, pero ¡qué presentación, qué envoltura!
Además, se introdujeron festividades estadounidenses, como la “Noche de Haloween”, la “Fiesta de San Patricio” y otras costumbres totalmente ajenas a las tradiciones culturales del país. No sólo esto, muchas familias reemplazaron el “baile de los quince años” por viajes de sus hijas quinceañeras a Orlando-Disney World. Y las imitaciones siguen…
* Nota: desde las revistas (de historietas, modas, turismo, cocina, de sectas religiosas, etc.) se ejerce una forma sutil de colonialismo –que incluye la discriminación racial- que trata de imponer las modas, costumbres e ideas procedentes de los países centrales (en particular, de los Estados Unidos). Hágase un repaso a los cómics de origen estadounidense y a las series televisivas, como “El Pato Donald”, “Tom y Jerry” o “Los Simpson”, para no abundar con otros más.
En nuestro país, el colonialismo interno (desde Buenos Aires sobre las provincias) y la discriminación contra determinados sectores –étnicos, sociales, religiosos- lo han ejercido con gran eficacia, los diarios “La Nación”, “La Prensa”, la revista “Patoruzú”, de Dante Quinterno y las revistas de la Editorial Constancio Vigil, de Editorial Perfil y otras.
¡¿Qué pensarán en Europa y en los Estados Unidos?!
Desde que los sectores dirigentes adquirieron la mentalidad colonizada, sus epígonos intelectuales, (escritores, periodistas) han estado atentos a lo que ocurre y piensa el mundo europeo occidental o los EEUU. Cada vez que en la Argentina un gobierno o determinado grupo realiza algo que pueda significar una forma de independencia (económica o cultural) de los centros hegemónicos, surge la pregunta tantas veces trillada: “¿qué pensarán en…? O “en Europa (y EEUU) opinan que….”
En otras ocasiones, tanto el periodismo como determinados grupos (políticos, empresariales) actúan en función de los intereses coyunturales de las potencias hegemónicas. Por mencionar un caso: En 1955, Silvano Santander publicó un libro titulado “Técnica de una traición”, en el cual denunciaba las relaciones de Juan D. Perón y personalidades de su gobierno con la embajada alemana y el gobierno nazi de Alemania. Más adelante, investigadores norteamericano descubrieron que los “documentos acusatorios” habían sido fraguados en el Departamento de Estado para desprestigiar a Perón durante la campaña presidencial entre octubre de 1945-febrero de 46. Antes y después, se han utilizado distintas artimañas para socavar el prestigio de un gobierno o de determinado grupo que no era funcional a los intereses corporativos o de los países hegemónicos.

¿Cómo descolonizarse?
La re-educación para volver a adquirir autonomía (como persona y como grupo) se puede efectuar de forma parecida a la de los programas grupales para salir de una adicción. Pero esto es tema para otro artículo.